El joven piloto de la Culebra es de los que queman la vela por ambos extremos: libertino y disoluto hasta la temeridad, sombrío hasta la crueldad, valiente hasta la desesperación, se cobra por anticipado las cuentas de la vida -la suya es una oscura carrera contra el tiempo- con una sangre fría impropia de su edad, agotando el crédito sin mostrar inquietud ante un futuro inexistente, resuelto de antemano por el dictamen médico, irreversible, de una tuberculosis en último grado.
Extracto de El asedio, de Arturo Pérez-Reverte